martes, 1 de febrero de 2011

Poema de Elias Mejia LAMENTO POR EL TRAZADOR[i] ASESINADO


A Gustavo Estrada Henao


El trazador fue asesinado.

Pasé a mirarlo.

Recostado contra el barranco.

Al lado del camino.

Caído el sombrero.

Sobre la bicicleta.

Un pie en los pedales.

Al lado derecho.

Un agujero en la frente.

Amputado su ánimo,

su ilusión matutina.

Un palín entre las piernas.

El morral a la espalda.

Sobre el morral los hilos.

Dos rollos.

De color diferente.

Qué pesar.

Había madrugado.

Dos esperas había.

El lote para el trazo.

El homicida para el balazo.

Pálido.

La calva incipiente.

La cabeza inclinada.

Los ojos cerrados.

Distendido su cuerpo.

Hay un hueco en el viento.

No hay sorpresa en su cara.

No hay rencor en su cara.

No hay cansancio.

No hay dolor en el aire.

Ya viene el rigor mortis.

Sus hermanos lo lloran.

No hay vainillas de bala.

No hay huellas en el pasto.

Hay sangre roja en la camisa blanca.

Doblado.

Muerto.

Blando.

Comienza el frío.

Apenas comienza el frío.

Elías Mejía, Calarcá 2011


[i] En el argot cafetero, el trazador es el hombre que mediante caballete, hilos y una pala de forma estrecha llamada palin, define la dirección del trazo en los lotes para los nuevos cafetales; de él depende el orden de los surcos y la belleza de nuestros sembrados. Éste, asesinado el día jueves 20 de enero de 2011, a las seis y media de la mañana, tenía ese oficio desde hacía más de cuarenta años. Como resultado propició la siembra de miles, quizá millones de cafetos en el Quindío. Ha muerto un titán de la caficultura, en su ley, cuando iba hacia una finca para continuar su paciente obra de sembrador.

CARTA DE AMOR SIN ORTOGRAFIA o LA ORTOGRAFIA DE UN AMOR SUBLIME



León Darío Gil Ramírez

Tengo muchas cartas. Boletas también, y anónimos, postales, dedicatorias, recados, notas, esquelas: me las encuentro y las guardo. Y muchas son verdaderas muestras de pasión, de entrega, de ingenuidad o inocencia, de erotismo o pureza, de devoción, de servicio, de gratitud, de fidelidad. La presente, de la que trascribo los apartes más gloriosos, me la encontré, entera, el 12 de febrero de 1994 en un bus que venía de Villamaría. El bus lo cogí en La Estación Uribe. En el hermoso sobre tradicional de bordes blancos, rojos y azules, estaba debajo del puesto de atrás. Porque no puedo admitir, por Dios, que el destinatario no la haya leído, creo que, en verdad, el destinatario la debió perder. Y otro y otros, buscando más que la simple carta, la abrieron. Y la dejaron al no encontrar sino eso: palabras, malas palabras.

La carta: una hoja de papel oficio rayado corriente, sin fecha, la envía desde Túquerres, Nariño, Amanda Clavijo a Rudesindo Calvache: Mi tivio amorsito, a la sazón escondido en Villamaría, Caldas. Al tiempo que me conmovió su desamarrada caligrafía, agraciada de orlas que explican una personalidad suelta, amplia y franca, me causó admiración su íntima y preciosa ortografía. Y me causó mucha más gracia y mucha más alegría la soberana autonomía de la redacción. Para hacerla más única, la carta carece de puntuación. Me atreví, mirando al sur y con sinceridad excusándome de Amanda, y para una mejor lectura y comprensión, abrir espacios donde creo las pausas: perdóneme, fue lo único que toqué. A mí, esta carta, me arruga el corazón, me estruja el alma. A ella vuelvo como vuelvo a lecturas que me han sembrado el encanto.

Un tramo de la carta exalta parajes por donde el amor pasa. Y se extasía en otros por donde el amor se hace y se deshace en regocijos, acciones, contemplaciones, caricias. Hay tanta poesía en el hecho, y tan hermosa, que provoca volver a leerla. Y leerla no, porque tengo la impresión, sublime y grata, que la carta no se lee sino que se ve. Pues veámosla:

se lo digo sin rebordeos ni precavenciones uste es mi sielo que me amaño en sus abrazos i besos para donde vamos i por donde nos vamos llo creo que llo no quiero llegar que durara siempre o llegar ligeritico para juntos hacer lla esa dicha de nosotros dos nomas el suelo es de nubes que que ba a tallar el rio de al lado que es como si fuera usted i llo la mar que llo misma no he mirado i me muero de ganas de mirarla con uste que me tenga bien arrecogida a uste el arbol ese de ai donde nos estamos devajo que cuando lo quiero bolber a ber no ago sino cerrar los ojos a uste lo beo i lo oigo tambien con los ojos cerrados i oigo tambien a como uele tu boca como si fuera ogar de llamas ardientes que me encendia la sed i me la apaga por ai te salen como agonias i quejas como de moribundo i dices a mi palabras groseras que no son groseras de verdad ni dan sonrosados de verguensa sino para sacarme emociones desde las profundas escurocidades de uno que no pueden ser pecado porque le sacan lo que le estorba i se queda uno como de aire acerme ir a lejanuras que llo no se adonde quedan i no me importa porque es que no me doi de cuenta es como si fuera volando por mas por encima de las casas llo le digo i le digo lo que siempre le digo i no encuentro mas que decirle i me trago los gritos que tengo adentro o los grito por piticos i pasitico no me importan los cocullos o si son como angeles envolatados de camino o duendes de las fincas tus dedos son como mas de los que tiene una persona para pasarlos en forma de mano por donde me quedan los ojos la cara la boca lisarlos por las espaldas por aquí por mas abajo i dejarlos donde a uste se le antoje bienpuede no le digo donde me duele donde me duele uste lo debe de saber eso que es como si me doliera un dolor que me gusta que me duela mas i que me mata i no me importa que asi de delisioso me mate si me buelve a decir de su propia boz que llo soi como durasno en almibar mejor dicho no respondo tu pecho nido de la sal o jardín de llervitas negrecidas donde llo me ensonriso de cosquillas a lo ultimo cuando se ba acabar es como llegar a un cielo ciego todo de leche blanca entibiada como es tu lengua o por tu cuello abajo cuando me sueltas i llo te suelto despues me agarra duro una tristesa i otra vez al ratico me lleno otra vez de arderosidades pero me da pena i de la pena no le digo a uste nada por el camino i uste creo llo que no cae en la cuenta cuando llegando se acaba de meter la camisa se fija como va i llo me fijo como va i como voi llo uste me recompone el pelo i llo a la lus de la lus de la entrada me miro en sus ojos i en sus ojos me veo que uste me quiere i me veo que llo lo quiero a uste pero llo mas que uste a mi persona quererlo como tanto lo quiero a mi a cada rato me da una colera conmigo misma i no soi capas de rebajarla sino que se me crece i se me sale para afuera i me da como pena que la gente me vea por afuera ese querer que se me ve ala leguas pero llo sigo derechita como si nada...

Por lo que pude derivar de la lectura de algunos pasajes, Rudesindo huyó de esa tierra porque no soportó el tratamiento de un panadero rico, medio familiar y patrón. Y tuvo que defenderse de una agresión física o de una ofensa verbal. Pero se sobrepasó.

me lo dijo luisita la de la buelta diarriba –escribe Amanda al final- ese señor se salba pues disque la derecha por ahora le queda sin mucha mobension pues apenas es i los aparatos que le abian amontonado lla se los desencaramaron lo que te boi a desir es como un contra cincentido como si llo misma me dijera lo que no me quiero oir desir lo que te digo es que no que todabia no vuelbas si bes llo que me muero de ganas por morirme aogada entre mis i tus ansiosidades tus manos i a como ueles que es como al biento que arremete i se sale por entre una sembradia de corubas maduras o como a la machacadura de asaares enperfumados o a la vainilla de los prepares de fiesta no regreses mas que llo te quiere mas la virgensita tulla como no te a de cuidarte arto mi tivio amorsito aguantate del olbidarme a mi que llo me aguanto este amor que le tengo a toditico uste te acorasono en este abraso di a que te sabe este beso que te doi con toda mialma te digo que a mi me sabe como al primer sorbo de despues de una sed mui larga y aguantada Amanda la tulla por enterno.

La carta la guardo como un ejemplo, único, de la dicha sin amarres. La guardo porque es la proclamación: la más lúcida, la más plena y la más devota ratificación de una entrega con el favor, el fervor y la libertad de las palabras escuetamente personales. Y, en últimas, como homenaje a lo que un corazón y las palabras son capaces de hacer y de decir por encima de los correctos, de las gramáticas, de las academias... por encima del decoro y del honor de las mismas palabras.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

CUENTO DE HORROR POR MARCO DENEVI


La señora Smithson, de Londres (estas historias siempre ocurren entre ingleses) resolvió matar a su marido, no por nada sino porque estaba harta de él después de cincuenta años de matrimonio. Se lo dijo:

-Thaddeus, voy a matarte.

-Bromeas, Euphemia -se rió el infeliz.

-¿Cuándo he bromeado yo?

-Nunca, es verdad.

-¿Por qué habría de bromear ahora y justamente en un asunto tan serio?

-¿Y cómo me matarás? -siguió riendo Thaddeus Smithson.

-Todavía no lo sé. Quizá poniéndote todos los días una pequeña dosis de arsénico en la comida. Quizás aflojando una pieza en el motor del automóvil. O te haré rodar por la escalera, aprovecharé cuando estés dormido para aplastarte el cráneo con un candelabro de plata, conectaré a la bañera un cable de electricidad. Ya veremos.

El señor Smithson comprendió que su mujer no bromeaba. Perdió el sueño y el apetito. Enfermó del corazón, del sisema nervioso y de la cabeza. Seis meses después falleció. Euphemia Smithson, que era una mujer piadosa, le agradeció a Dios haberla librado de ser una asesina.

FIN

martes, 30 de noviembre de 2010

NUEVO TEXTO DE LEON DARIO GIL


El poeta Leon Dario Gil, ataca de nuevo. En esta ocacion visita los lugares a donde todos tendremos que ir algún dia si dios nos da vida y salud.
Leon Dario es un pintor detallista de lugares, gentes y costumbres. Ya antes me ha hecho revivir con el recuerdo de las Galerias de Manizales y la primera visita al prostibulo.
Esas cronicas, al igual que esta última, se encuentran en las pestañas de la parte de arriba de este solar. Bienvenidos pues a los cementerios aunque solo sea de visita ...por ahora.

martes, 23 de noviembre de 2010


Poquita cosa

Anton Chejov

Hace unos día invité a Yulia Vasilievna, la institutriz de mis hijos, a que pasara a mi despacho. Teníamos que ajustar cuentas.

-Siéntese, Yulia Vasilievna -le dije-. Arreglemos nuestras cuentas. A usted seguramente le hará falta dinero, pero es usted tan ceremoniosa que no lo pedirá por sí misma... Veamos... Nos habíamos puesto de acuerdo en treinta rublos por mes...

-En cuarenta...

-No. En treinta... Lo tengo apuntado. Siempre le he pagado a las institutrices treinta rublos... Veamos... Ha estado usted con nosotros dos meses...

-Dos meses y cinco días...

-Dos meses redondos. Lo tengo apuntado. Le corresponden por lo tanto sesenta rublos... Pero hay que descontarle nueve domingos... pues los domingos usted no le ha dado clase a Kolia, sólo ha paseado... más tres días de fiesta...

A Yulia Vasilievna se le encendió el rostro y se puso a tironear el volante de su vestido, pero... ¡ni palabra!

-Tres días de fiesta... Por consiguiente descontamos doce rublos... Durante cuatro días Kolia estuvo enfermo y no tuvo clases... usted se las dio sólo a Varia... Hubo tres días que usted anduvo con dolor de muela y mi esposa le permitió descansar después de la comida... Doce y siete suman diecinueve. Al descontarlos queda un saldo de... hum... de cuarenta y un rublos... ¿no es cierto?

El ojo izquierdo de Yulia Vasilievna enrojeció y lo vi empañado de humedad. Su mentón se estremeció. Rompió a toser nerviosamente, se sonó la nariz, pero... ¡ni palabra!

-En víspera de Año Nuevo usted rompió una taza de té con platito. Descontamos dos rublos... Claro que la taza vale más... es una reliquia de la familia... pero ¡que Dios la perdone! ¡Hemos perdido tanto ya! Además, debido a su falta de atención, Kolia se subió a un árbol y se desgarró la chaquetita... Le descontamos diez... También por su descuido, la camarera le robó a Varia los botines... Usted es quien debe vigilarlo todo. Usted recibe sueldo... Así que le descontamos cinco más... El diez de enero usted tomó prestados diez rublos.

-No los tomé -musitó Yulia Vasilievna.

-¡Pero si lo tengo apuntado!

-Bueno, sea así, está bien.

-A cuarenta y uno le restamos veintisiete, nos queda un saldo de catorce...

Sus dos ojos se le llenaron de lágrimas...

Sobre la naricita larga, bonita, aparecieron gotas de sudor. ¡Pobre muchacha!

-Sólo una vez tomé -dijo con voz trémula-... le pedí prestados a su esposa tres rublos... Nunca más lo hice...

-¿Qué me dice? ¡Y yo que no los tenía apuntados! A catorce le restamos tres y nos queda un saldo de once... ¡He aquí su dinero, muchacha! Tres... tres... uno y uno... ¡sírvase!

Y le tendí once rublos... Ella los cogió con dedos temblorosos y se los metió en el bolsillo.

-Merci -murmuró.

Yo pegué un salto y me eché a caminar por el cuarto. No podía contener mi indignación.

-¿Por qué me da las gracias? -le pregunté.

-Por el dinero.

-¡Pero si la he desplumado! ¡Demonios! ¡La he asaltado! ¡La he robado! ¿Por qué merci?

-En otros sitios ni siquiera me daban...

-¿No le daban? ¡Pues no es extraño! Yo he bromeado con usted... le he dado una cruel lección... ¡Le daré sus ochenta rublos enteritos! ¡Ahí están preparados en un sobre para usted! ¿Pero es que se puede ser tan tímida? ¿Por qué no protesta usted? ¿Por qué calla? ¿Es que se puede vivir en este mundo sin mostrar los dientes? ¿Es que se puede ser tan poquita cosa?

Ella sonrió débilmente y en su rostro leí: "¡Se puede!"

Le pedí disculpas por la cruel lección y le entregué, para su gran asombro, los ochenta rublos. Tímidamente balbuceó su merci y salió... La seguí con la mirada y pensé: ¡Qué fácil es en este mundo ser fuerte!

FIN

miércoles, 17 de noviembre de 2010

UN CUENTO DE RIBEYRO


La insignia


Hasta ahora recuerdo aquella tarde en que al pasar por el malecón divisé en un pequeño basural un objeto brillante. Con una curiosidad muy explicable en mi temperamento de coleccionista, me agaché y después de recogerlo lo froté contra la manga de mi saco. Así pude observar que se trataba de una menuda insignia de plata, atravesada por unos signos que en ese momento me parecieron incomprensibles. Me la eché al bolsillo y, sin darle mayor importancia al asunto, regresé a mi casa. No puedo precisar cuánto tiempo estuvo guardada en aquel traje que usaba poco. Sólo recuerdo que en una oportunidad lo mandé a lavar y, con gran sorpresa mía, cuando el dependiente me lo devolvió limpio, me entregó una cajita, diciéndome: "Esto debe ser suyo, pues lo he encontrado en su bolsillo".

Era, naturalmente, la insignia y este rescate inesperado me conmovió a tal extremo que decidí usarla.

Aquí empieza realmente el encadenamiento de sucesos extraños que me acontecieron. Lo primero fue un incidente que tuve en una librería de viejo. Me hallaba repasando añejas encuadernaciones cuando el patrón, que desde hacía rato me observaba desde el ángulo más oscuro de su librería, se me acercó y, con un tono de complicidad, entre guiños y muecas convencionales, me dijo: "Aquí tenemos libros de Feifer". Yo lo quedé mirando intrigado porque no había preguntado por dicho autor, el cual, por lo demás, aunque mis conocimientos de literatura no son muy amplios, me era enteramente desconocido. Y acto seguido añadió: "Feifer estuvo en Pilsen". Como yo no saliera de mi estupor, el librero terminó con un tono de revelación, de confidencia definitiva: "Debe usted saber que lo mataron. Sí, lo mataron de un bastonazo en la estación de Praga". Y dicho esto se retiró hacia el ángulo de donde había surgido y permaneció en el más profundo silencio. Yo seguí revisando algunos volúmenes maquinalmente pero mi pensamiento se hallaba preocupado en las palabras enigmáticas del librero. Después de comprar un libro de mecánica salí, desconcertado, del negocio.

Durante algún tiempo estuve razonando sobre el significado de dicho incidente, pero como no pude solucionarlo acabé por olvidarme de él. Mas, pronto, un nuevo acontecimiento me alarmó sobremanera. Caminaba por una plaza de los suburbios cuando un hombre menudo, de faz hepática y angulosa, me abordó intempestivamente y antes de que yo pudiera reaccionar, me dejó una tarjeta entre las manos, desapareciendo sin pronunciar palabra. La tarjeta, en cartulina blanca, sólo tenía una dirección y una cita que rezaba: SEGUNDA SESIÓN: MARTES 4. Como es de suponer, el martes 4 me dirigí a la numeración indicada. Ya por los alrededores me encontré con varios sujetos extraños que merodeaban y que, por una coincidencia que me sorprendió, tenían una insignia igual a la mía. Me introduje en el círculo y noté que todos me estrechaban la mano con gran familiaridad. En seguida ingresamos a la casa señalada y en una habitación grande tomamos asiento. Un señor de aspecto grave emergió tras un cortinaje y, desde un estrado, después de saludarnos, empezó a hablar interminablemente. No sé precisamente sobre qué versó la conferencia ni si aquello era efectivamente una conferencia. Los recuerdos de niñez anduvieron hilvanados con las más agudas especulaciones filosóficas, y a unas digresiones sobre el cultivo de la remolacha fue aplicado el mismo método expositivo que a la organización del Estado. Recuerdo que finalizó pintando unas rayas rojas en una pizarra, con una tiza que extrajo de su bolsillo.

Cuando hubo terminado, todos se levantaron y comenzaron a retirarse, comentando entusiasmados el buen éxito de la charla. Yo, por condescendencia, sumé mis elogios a los suyos, mas, en el momento en que me disponía a cruzar el umbral, el disertante me pasó la voz con una interjección, y al volverme me hizo una seña para que me acercara.

-Es usted nuevo, ¿verdad? -me interrogó, un poco desconfiado.

-Sí -respondí, después de vacilar un rato, pues me sorprendió que hubiera podido identificarme entre tanta concurrencia-. Tengo poco tiempo.

-¿Y quién lo introdujo?

Me acordé de la librería, con gran suerte de mi parte.

-Estaba en la librería de la calle Amargura, cuando el...

-¿Quién? ¿Martín?

-Sí, Martín.

-¡Ah, es un colaborador nuestro!

-Yo soy un viejo cliente suyo.

-¿Y de qué hablaron?

-Bueno... de Feifer.

-¿Qué le dijo?

-Que había estado en Pilsen. En verdad... yo no lo sabía.

-¿No lo sabía?

- No -repliqué con la mayor tranquilidad.

-¿Y no sabía tampoco que lo mataron de un bastonazo en la estación de Praga?

-Eso también me lo dijo.

-¡Ah, fue una cosa espantosa para nosotros!

-En efecto -confirmé- Fue una pérdida irreparable.

Mantuvimos una charla ambigua y ocasional, llena de confidencias imprevistas y de alusiones superficiales, como la que sostienen dos personas extrañas que viajan accidentalmente en el mismo asiento de un ómnibus. Recuerdo que mientras yo me afanaba en describirle mi operación de las amígdalas, él, con grandes gestos, proclamaba la belleza de los paisajes nórdicos. Por fin, antes de retirarme, me dio un encargo que no dejó de llamarme la atención.

-Tráigame en la próxima semana -dijo- una lista de todos los teléfonos que empiecen con 38.

Prometí cumplir lo ordenado y, antes del plazo concedido, concurrí con la lista.

-¡Admirable! -exclamó- Trabaja usted con rapidez ejemplar.

Desde aquel día cumplí una serie de encargos semejantes, de lo más extraños. Así, por ejemplo, tuve que conseguir una docena de papagayos a los que ni más volví a ver. Más tarde fui enviado a una ciudad de provincia a levantar un croquis del edificio municipal. Recuerdo que también me ocupé de arrojar cáscaras de plátano en la puerta de algunas residencias escrupulosamente señaladas, de escribir un artículo sobre los cuerpos celestes, que nunca vi publicado, de adiestrar a un menor en gestos parlamentarios, y aun de cumplir ciertas misiones confidenciales, como llevar cartas que jamás leí o espiar a mujeres exóticas que generalmente desaparecían sin dejar rastros.

De este modo, poco a poco, fui ganando cierta consideración. Al cabo de un año, en una ceremonia emocionante, fui elevado de rango. "Ha ascendido usted un grado", me dijo el superior de nuestro círculo, abrazándome efusivamente. Tuve, entonces, que pronunciar una breve alocución, en la que me referí en términos vagos a nuestra tarea común, no obstante lo cual, fui aclamado con estrépito.

En mi casa, sin embargo, la situación era confusa. No comprendían mis desapariciones imprevistas, mis actos rodeados de misterio, y las veces que me interrogaron evadí las respuestas porque, en realidad, no encontraba una satisfactoria. Algunos parientes me recomendaron, incluso, que me hiciera revisar por un alienista, pues mi conducta no era precisamente la de un hombre sensato. Sobre todo, recuerdo haberlos intrigado mucho un día que me sorprendieron fabricando una gruesa de bigotes postizos pues había recibido dicho encargo de mi jefe.

Esta beligerancia doméstica no impidió que yo siguiera dedicándome, con una energía que ni yo mismo podría explicarme, a las labores de nuestra sociedad. Pronto fui relator, tesorero, adjunto de conferencias, asesor administrativo, y conforme me iba sumiendo en el seno de la organización aumentaba mi desconcierto, no sabiendo si me hallaba en una secta religiosa o en una agrupación de fabricantes de paños.

A los tres años me enviaron al extranjero. Fue un viaje de lo más intrigante. No tenía yo un céntimo; sin embargo, los barcos me brindaban sus camarotes, en los puertos había siempre alguien que me recibía y me prodigaba atenciones, y en los hoteles me obsequiaban sus comodidades sin exigirme nada. Así me vinculé con otros cofrades, aprendí lenguas foráneas, pronuncié conferencias, inauguré filiales a nuestra agrupación y vi cómo extendía la insignia de plata por todos los confines del continente. Cuando regresé, después de un año de intensa experiencia humana, estaba tan desconcertado como cuando ingresé a la librería de Martín.

Han pasado diez años. Por mis propios méritos he sido designado presidente. Uso una toga orlada de púrpura con la que aparezco en los grandes ceremoniales. Los afiliados me tratan de vuecencia. Tengo una renta de cinco mil dólares, casas en los balnearios, sirvientes con librea que me respetan y me temen, y hasta una mujer encantadora que viene a mí por las noches sin que yo la llame. Y a pesar de todo esto, ahora, como el primer día y como siempre, vivo en la más absoluta ignorancia, y si alguien me preguntara cuál es el sentido de nuestra organización, yo no sabría qué responderle. A lo más, me limitaría a pintar rayas rojas en una pizarra negra, esperando confiado los resultados que produce en la mente humana toda explicación que se funda inexorablemente en la cábala.

FIN


martes, 5 de octubre de 2010

poema de Elias Mejia


DESPUÉS DE SOBREACTUADO, EL ARTISTA HACE BALANCE

A Elmo Valencia

Sientes cuando te dan la espalda

sin dártela.

Exudan fatiga.

La anécdota está incompleta

y la atención, dispersa.

Caes.

Unas pequeñas manos invisibles

tratan de aferrarse al borde

limoso de la palabra;

pero resbalas,

resbalas;

te hundes en el vacío

de los silbidos

y no sabes qué hacer.

Mañana, afligido aún,

pensarás que debiste

haber terminado la charla

en el único momento

en que mostraron los dientes

y carcajearon;

haberlos dejado suspendidos

de la alegría,

atrapados en pleno vuelo,

con las alas abiertas,

la cabeza atravesada

por un alfiler.